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Tecnología: Ángeles y demonios

2 de agosto de 2019


Columna de Alfonso Gómez, Consejero del Centro de Innovación UC. La publicación original fue realizada el viernes 2 de agosto de 2019 en Economía y Negocios, El Mercurio. Sólo una vez en la historia de la humanidad, un planeta analógico se transformará en digital; y nos tocó ser protagonistas de ese cambio radical. He dedicado […]

Columna de Alfonso Gómez, Consejero del Centro de Innovación UC. La publicación original fue realizada el viernes 2 de agosto de 2019 en Economía y Negocios, El Mercurio.

Sólo una vez en la historia de la humanidad, un planeta analógico se transformará en digital; y nos tocó ser protagonistas de ese cambio radical.

He dedicado buena parte de mi vida profesional a la promoción de las tecnologías digitales, convencido de ser parte con ello, de una cruzada universal, que conlleva beneficios fundamentales para el desarrollo. El acceso a la computación urbi et orbi se hizo realidad en forma más explosiva de lo que anticipamos, en gran medida gracias al protagonismo del celular, un infiltrado reciente en la fiesta digital, que nadie anticipó hace tan sólo una década. Pero, como suele suceder con toda obra humana, la realidad ha probado ser más compleja y esquiva de lo que imaginamos. Los beneficios de las redes y sus aplicaciones, son tan evidentes como los riesgos y los costos que han traído consigo. Parafraseando el concepto de destrucción creativade Schumpeter, la adopción masiva de tecnologías digitales ha implicado una suerte de creación destructiva, expresada en forma de cambios de conductas, actitudes y posturas valóricas. La transformación digital no sólo ha afectado a las empresas, los objetos y los servicios, sino -más radical e importante- están afectando a la sociedad toda y al planeta; a la forma como usamos el tiempo y nos relacionamos; con nosotros mismos y con el prójimo. En apenas un par de décadas, la penetración masiva de las tecnologías digitales ha cambiado, para bien y para mal, las bases mismas de nuestra cultura.

Cuando un escolar pasa del orden de 7 horas diarias frente a una pantalla, se hace ineludible preguntarnos por el efecto de esta inédita realidad en el orden personal, familiar y social. Es urgente reflexionar y tomar acciones ante este nuevo escenario. Y surgen preguntas radicales por todos lados: Si la conectividad es requisito para acceder a la información, a la educación y al poder, ¿debería proclamarse como un derecho humano? ¿Cuánta privacidad y cuánta apertura debemos dar a nuestros datos personales? ¿Qué nuevos requisitos deberíamos exigir a nuestros líderes? ¿Qué es ser conservador y qué ser progresista en el nuevo escenario? Por razones de espacio, vamos a omitir toda referencia a la bioinformática y a la reciente capacidad de nuestra especie de intervenir y rediseñar nuestro propio cuerpo.

El mundo civilizado necesita ser capaz de reflexionar y generar nuevos contratos sociales, abrazar nuevos paradigmas, levantar nuevos estándares de liderazgo, si queremos que las transformaciones que traen consigo las tecnologías digitales representen un nuevo Renacimiento y no un nuevo y devastador oscurantismo.

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