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Ética de la innovación

9 de junio de 2022


Columna de Alfonso Gómez, Consejero Centro de Innovación UC y Director de Empresas, publicada el 09 de junio en El Mercurio. “Tenemos que innovar.” La frase comenzó a escucharse con sentido de urgencia en reuniones de directorio y en conversaciones de altos ejecutivos en empresas de todo tipo. Una suerte de “innovar o morir” acelerada […]

Columna de Alfonso Gómez, Consejero Centro de Innovación UC y Director de Empresas, publicada el 09 de junio en El Mercurio.

“Tenemos que innovar.” La frase comenzó a escucharse con sentido de urgencia en reuniones de directorio y en conversaciones de altos ejecutivos en empresas de todo tipo. Una suerte de “innovar o morir” acelerada por la pandemia, instaló una nueva conciencia sobre la necesidad de revisar críticamente la oferta de valor de los sistemas productivos. Pero invertir en innovación e innovar bien no son sinónimos. De cara al futuro, innovar bien es hoy un acto más desafiante y complejo de lo que era hasta hace apenas unos años, cuando la expresión se limitaba al desafío de crear algún producto o servicio al que sólo se le pedía generar rédito para los accionistas de la empresa productora.

En el nuevo escenario, la innovación requiere una nueva épica y una nueva ética.  Por cierto, innovar bien mantiene un objetivo estrictamente económico, pero su razón de ser no se agota ahí. Innovar es crear o poner al día la propuesta de valor de un sistema productivo, pero en el cambiante mundo que se nos apareció súbitamente, los productos y servicios fruto de la innovación están sometidos a juicios de valor y criterios de éxito muy diferentes de aquellos a los que estábamos acostumbrados. En este turbulento contexto, tampoco existen garantías de que algo considerado valioso en un determinado momento, seguirá siendo bien evaluado a poco andar. A modo de ejemplo, las redes sociales, percibidas como una gran contribución a la democracia y la educación en sus inicios, en apenas una década enfrentan hoy juicios encontrados y su evaluación neta es en la actualidad muy diferente.

El modelo ASG (de Ambiente, Sociedad y Gobernanza corporativa, conocido como ESG en inglés) se ha instalado como el nuevo patrón para juzgar la calidad integral de la gestión de empresas y organizaciones. En el ámbito de la evaluación de proyectos, el concepto de “capital natural”, entendido como el inventario de recursos naturales renovables y no renovables que afecta y es afectado por un sistema productivo, también gana fuerza y se perfila como un término ineludible para juzgar el impacto de las innovaciones de cara al futuro. El acto innovador será escrutado con un prisma que incluirá de manera integral la sostenibilidad medioambiental, el impacto social y el propósito que sus frutos implican. En apenas unos años, el juicio de lo que es innovación ética ha experimentado cambios que ya se expresan en transformaciones profundas en temas tan variados como alimentación, transporte, vestuario o educación. Qué decir del rol de la mujer, los temas de inclusión, el cuidado animal o la brecha generacional. Un futuro frágil, incierto y complejo, nos obliga a re imaginar empresas, servicios públicos, productos y servicios, instalando un sentido de lo ético como elemento central de la responsabilidad de innovar bien.

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