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Ética para la investigación y desarrollo

21 de febrero de 2023


Columna de Pedro Bouchon Vicerrector de Investigación UC y Presidente del Consejo Directivo del Centro de Innovación UC. La publicación original fue realizada el 21 de febrero del 2023 en El Mercurio. Con la revolución en las ciencias de la vida -especialmente de la genética- el hombre ya está pudiendo diseñar su propia evolución. Con la revolución […]

Columna de Pedro Bouchon Vicerrector de Investigación UC y Presidente del Consejo Directivo del Centro de Innovación UCLa publicación original fue realizada el 21 de febrero del 2023 en El Mercurio.

Con la revolución en las ciencias de la vida -especialmente de la genética- el hombre ya está pudiendo diseñar su propia evolución. Con la revolución informática, su propio habitar.

Por otro lado, la inteligencia artificial, está poniendo en entredicho el mundo analógico que habitamos. Por esto, requerimos diseñar con prontitud conceptualizaciones, regulaciones y gobernanzas.

Así como la genética, la inteligencia artificial es disruptiva, desafiando la concepción de “corporalidad”. La edición genética afecta la esencia genética del ser humano, mientras que la integración de tecnología en el cuerpo, a través por ejemplo de la implantación de chips subcutáneos, permite conectar la intimidad de nuestra esfera física con el entorno. En poco tiempo más, a través de un gesto con nuestra mano será posible abrir una ventana o efectuar una compra, o se podrá implementar un sistema para registrar la asistencia y seguimiento de la actividad de un empleado en una organización.

Hoy en día, es cotidiana la interacción entre el ser humano y las plataformas digitales, particularmente a través de las redes sociales, lo que amplía la exposición de nuestros datos personales y exterioriza al individuo. De esta forma se perfila una nueva dimensión del cuerpo, que trasciende lo material, para asumir una dimensión digital que contribuye a definir la identidad de la persona.

Este desarrollo abre múltiples posibilidades, pero también presenta desafíos, cuya discusión requiere liderazgo del Estado, del sector privado y ciertamente de las instituciones de educación superior, principales generadoras de conocimiento.

La inteligencia artificial emerge como una promesa de prosperidad y será uno de los pilares del desarrollo humano del futuro, ampliando los imaginarios de progreso e innovación, pero no podemos ignorar las implicancias éticas de las herramientas basadas en ella.

La ética requiere una justificación racional que si bien debe estar arraigada en la realidad y en diálogo con la vida cotidiana, no debe estar fundada solamente en expresiones de preferencia o sentimiento. Como señala Valera (2021), la ética se ocupa de evaluar nuestras acciones, determinando si son buenas o malas, pero no simplemente a partir de nuestras emociones inmediatas. “Las preguntas éticas surgen a partir de ´experiencias de valores´ que hacemos cotidianamente, como el escándalo o la gratificación. Para que dichas experiencias se transformen en juicio ético, sin embargo, necesitamos de rigurosidad y sistematización de nuestros juicios”.

Esta aproximación, no carente de dificultades, es importante abordarla e implementarla y, ciertamente, adquiere particular relevancia en el ámbito de la investigación.

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