27 de octubre de 2025
El reciente Premio Nobel de Economía 2025, otorgado a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt, por sus aportes al estudio del crecimiento impulsado por la innovación, dejó un mensaje claro: el desarrollo de las naciones no depende solo del capital o de los recursos naturales, sino de su capacidad de generar y aplicar creatividad y nuevo conocimiento de manera constante.
Mokyr demostró que las ideas no surgen en solitario, sino que requieren entornos culturales e institucionales que las estimulen. Aghion y Howitt, por su parte, profundizaron el concepto de destrucción creativa, mostrando cómo nuevas tecnologías y empresas reemplazan a las antiguas, impulsando la productividad y el progreso. Este marco, reconocido con el Nobel, tiene una relevancia directa para Chile, que busca dar un salto tanto cuantitativo como cualitativo en su desarrollo.
Nuestro país cuenta con una valiosa tradición de Premios Nacionales en literatura, ciencias, arte, música y otras disciplinas. Estos galardones no solo constituyen un reconocimiento a trayectorias individuales, sino que expresan públicamente qué valores y aportes consideramos fundamentales en la construcción de nuestra identidad y de nuestro futuro común. En ese sentido, y dados los cambios transformacionales que atraviesa nuestra especie, la ausencia de un Premio Nacional de Innovación resulta difícil de justificar.
Innovar no es simplemente inventar algo nuevo. En su sentido más profundo, innovar es diseñar o mantener vigente la propuesta de valor de un sistema productivo. Es decir, innovar implica repensar cómo será percibido lo que ofrecemos y a quiénes destinamos lo que hacemos, con el fin de ser lo más relevantes y competitivos posible en un entorno cambiante. Desde esta perspectiva, la innovación debería interesar a todos los sectores y, de manera preferencial, a la política y a la educación en todos sus niveles.
Un Premio Nacional de Innovación cumpliría un rol simbólico y práctico. Daría visibilidad a proyectos que hoy pasan inadvertidos, inspiraría a nuevas generaciones y enviaría una señal inequívoca de que Chile valora la creatividad y el conocimiento como motores de equidad y desarrollo. Además, fortalecería la articulación entre empresas, universidades y Estado, fomentando un ecosistema más dinámico.
En un mundo transformado por la inteligencia artificial, la transición energética y la biotecnología -entre otros factores- Chile no puede darse el lujo de tratar la innovación como un tema accesorio. Crear un Premio Nacional de Innovación no sería tan solo un gesto simbólico, sino una declaración de intenciones transversal sobre el país que necesitamos construir: uno capaz de reinventarse constantemente y de generar valor en el acelerado amanecer de una nueva era
Revisa la versión impresa aquí