7 de junio de 2021
Columna de Alfonso Gómez Consejero Centro de Innovación UC y Director de Empresas. La publicación original fue realizada el 21 de mayo del 2021 en El Mercurio.
El alcance planetario de la pandemia permite considerarla como la más grave de la historia. De no ser por la infraestructura de cuidados intensivos y la velocidad con que se desarrollaron y se están produciendo las vacunas, el costo en vidas y el deterioro de la economía serían todavía mucho mayores. En este contexto, la ciencia -y su brazo armado, la tecnología- se han consagrado como la principal fuente de esperanza en que sabremos derrotar al maldito bicho. Pero, ¿podrá nuestra especie mantener la capacidad de desarrollo científico que se nos hizo habitual desde mediados del siglo pasado? Y, de ser el caso, ¿podemos confiar en que los cambios que traerán consigo los nuevos desarrollos tecnológicos, constituirán una fuente universal de bienestar, equidad y sostenibilidad?
Respecto de la primera pregunta, no hay una sola voz que sugiera que el avance del conocimiento científico se vaya a desacelerar, si es que algo, la evidencia indica todo lo contrario. Sin embargo, basta observar el impacto de las redes sociales, las crecientes manifestaciones del cambio climático y la profundización de los conflictos sociales, para concluir que es necesario ser cautos a la hora de responder la segunda interrogante.
La biotecnología y las tecnologías digitales son dos fuentes de innovación con capacidad de transformar radicalmente nuestra realidad individual y colectiva. El desciframiento del genoma y las aplicaciones basadas en biología sintética, prometen alterar de manera exponencial la salud y la agricultura. Por su parte, la computación cuántica, la inteligencia artificial, el estándar de comunicaciones 5G, la robótica, blockchain, son sólo algunas de las vertientes de la transformación digital, un fenómeno que ninguna institución que pretenda perdurar, puede darse el lujo de ignorar.
Es fácil imaginar las enormes oportunidades que el desarrollo científico traerá consigo; tan fácil como es reconocer las radicales amenazas que estos mismos desarrollos pueden implicar para la convivencia, la privacidad, la democracia y para cualquier expresión relevante de la vida y la cultura. Por lo mismo, abordar el desarrollo tecnológico como un fenómeno determinístico, centrado sólo en la creación de valor económico, sería un error garrafal. Las nuevas tecnologías no son en si mismas buenas ni malas y será responsabilidad nuestra asegurar que prevalezca en sus aplicaciones un espíritu de bien, lo cual pasa por generar espacios de reflexión, de construcción de confianzas de diálogo y de colaboración. Somos todos seres interdependientes; crar valor (en singular) pero basado en valores (así en plural), es nuestro gran desafío para que la nueva normalidad sea mejor, más amable y sostenible que aquella que la pandemia está sepultando.
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